Crecí viendo a las mujeres como pilares,
soportando el peso de mundos enteros,
con las manos gastadas y los sueños intactos.
Las vi llorar en silencio, pero también gritar sin miedo cuando la vida las quiso reducir a cenizas.
Ellas no se doblan. Se reconstruyen.
Desde pequeñas, enfrentamos caminos bifurcados.
A una niña le dan alas y un cielo abierto;
a otra, cadenas que disfrazan de responsabilidad.
"Tu lugar está aquí," le dicen, y ella, aunque sueña con volar, aprende a caminar con peso en el alma.
Hay niñas que sueñan con ser astronautas, presidentas, artistas, y niñas que sueñan con dormir una noche sin miedo.
Niñas que escriben su nombre en libros,
y niñas que lo escriben en la tierra porque nunca fueron a la escuela.
La niña que juega con muñecas en un patio soleado, sin saber que su risa será juzgada un día.
Y la niña que limpia los platos de otros,
con las manos que deberían sostener lápices y libros.
¿Por qué unas reciben sueños, y otras, límites?
Nos enseñaron a competir en un mundo que teme nuestra unión, a vernos como rivales cuando somos espejos.
Pero cuando nuestras miradas se encuentran,
cuando entendemos el dolor en el fondo de cada risa, algo despierta:
la sororidad, ese hilo invisible que nos une,
ese "te veo" que se convierte en abrazo.
Ser mujer es desafiar lo escrito,
es cuestionar un mundo que intenta definirnos.
Nos dicen que nuestro valor está en cuidar,
y lo hacemos, sí, pero también sabemos crear, liderar, resistir.
Somos fuego y tierra,
tormenta y calma.
Y aunque a veces nos quieran romper,
nos multiplicamos.
Por cada lágrima que derramamos,
nacen mil historias de resistencia.
Por cada niña silenciada,
una voz emerge para contar su verdad.
Ser mujer es bello porque somos historia viva.
Somos aquellas que cayeron y se levantaron,
las que rieron a pesar de todo,
las que construyen futuros donde nadie más ve posibilidades.
Porque ser mujer no es solo bello,
es inmenso.
Es eterno.
No somos rivales.
Somos aliadas.
Y juntas, somos imparables.
Comentarios