COLUMNA/Redacción: Lizzy Elena Cruz, asignatura de Sociología general 1300
La llegada del virus a Honduras y la emergencia de pandemia declarada por la OMS, llevaron al gobierno de turno a tomar medidas de seguridad como la cuarentena o confinamiento social, para mitigar la propagación del virus.
Antes de que el virus fuera declarado pandemia, tenía conocimiento sobre la situación que estaba pasando Wuhan, pero en ese momento nunca pensé que la epidemia del nuevo coronavirus llegaría a tierras hondureñas. De un día para otro cambió mi vida porque el Sistema de Educación Superior declaró la activación de clases virtuales, de igual manera, la institución donde recibo clases de inglés, también tomó la misma medida, provocando un cambio radical en mi vida diaria.
Mi reflexión sobre el confinamiento será sobre dos acontecimientos que me gustaría compartir. Todo comenzó cuando fue declarado el estado de emergencia e implementaron la cuarentena. Me quedé en Tegucigalpa por el cierre de las empresas de transporte, no pude regresar a mí pueblo. Fue muy difícil, porque he vivido sola en la capital desde hace tres años y nunca había tenido esta experiencia. Sentí miedo, incluso hasta pánico, porque sabía que nuestro sistema de salud no estaba preparado para afrontar esta situación y, peor aún, el gobierno corrupto no tomaría las medidas necesarias para el pueblo y, hoy, me doy cuenta que no me equivoqué.
Las dos semanas que estuve encerrada en Tegucigalpa fueron las más difíciles, porque me estaba quedando sin dinero y mis padres no podían enviarme por dos razones, la primera, mi papá es inmigrante en los Estados Unidos y el Estado donde vive fue declarado en cuarentena, por lo tanto, él no siguió trabajando; la segunda razón, es que mi madre trabaja en el aérea de cocina de un hotel y, tampoco, estaba laborando.
En ese momento no podía concentrarme en mis tareas o en las lecturas diarias, porque me invadían pensamientos obsesivos como qué sucedería cuando se terminara el dinero o cómo regresaría a casa. Eso me provocó ataques de pánico varias veces. Creo que esta situación es más difícil de afrontar para las personas que somos diagnosticadas con ansiedad porque, el miedo y la inseguridad, son más constantes.
Afortunadamente, pude regresar a mi pueblo a través de un salvoconducto que un familiar consiguió, pero haber experimentado ese viaje fue lo más aterrador que he vivido. Pude regresar a casa con la ayuda de un amigo de la familia que trabaja en el sector de salud y andaba en Tegucigalpa dejando muestras de coronavirus. Como se sabe, las fronteras nacionales estaban cerradas y, por lo tanto, en cada pueblo habían retenes verificando los salvoconductos y pidiendo explicación sobre el viaje.
En cada pueblo que llegábamos sentía que me iba a dar un ataque de ansiedad porque me daba miedo que no me dejasen pasar y que me detuvieran por violar el toque de queda. Debo admitir que fue una decisión difícil pero debía tomar el riesgo para volver a casa. Por cada pueblo que pasábamos nos rociaban de cloro y los militares revisaban el carro, en algunos momentos nos dejaban que siguiéramos adelante sin que nos revisaran porque en la paila del carro iban bolsas rojas que habían contenido las muestras del virus llevadas a Tegucigalpa. Debo suponer que las bolsas les provocaban miedo y, por eso nos dejaban pasar, no obstante, lo más espeluznante del viaje fue cuando llegamos a la entrada del pueblo.
En ese momento, había una toma por parte de ciudadanos que exigían la entrega de alimentos, estaba el medio periodístico de la zona y el personal de salud que se encargaba de revisar los carros. Tuve mucho miedo porque no quería que me expusieran como una mala ciudadana incumpliendo el toque de queda y, peor aún, llegando de un lugar que era el centro de la epidemia en Honduras. Afortunadamente, no pidieron explicación porque estaban preocupados por la manifestación, por lo que pude pasar desapercibida. Sentí que me quitaron un peso de encima cuando llegué a mi casa y, por primera vez, en dos semanas, sentía que podía respirar con tranquilidad.
Al llegar a casa, me desinfecté y lavé toda la ropa que traía. Me bañé en la pila porque no sabía si traía el virus conmigo. Entré a la casa cuando me aseguré que no podía esparcir el virus. Pasé directamente a mi cuarto sin aceptar abrazos, sabía muy bien que había tenido contacto con personal de salud y otras personas en el camino y, sobre todo, llegaba de Tegucigalpa.
No sabía si las personas con las que había tenido contacto estaban enfermas, por lo que recurrí al autoaislamiento en mi cuarto. Durante dieciséis días, no permití que nadie entrase o tocase mis cosas. Fue dificultoso porque no podía estar cerca de mi familia por temor a contagiarlos.
Hoy, gracias a Dios, no me enfermé. Puedo disfrutar del aire libre y del contacto con mi familia, sin embargo, no todo estaba bien. Escuchaba a mi mamá y a mi padrastro, preocupados porque no les pagaban y las cuentas habían llegado. En estos momentos, creo que hay cosas más importantes que las tareas y exámenes. En mi caso, no me puedo concentrar porque mi familia no tiene los medios necesarios para sobrellevar la cuarentena libre de preocupaciones.
Muchos días no tuve acceso a Internet. Fueron momentos difíciles porque estoy trabajando en mi tesis y los libros fundamentales que necesito están en la U y, en Internet no aparecen o no están completos. Favorablemente, la empresa en que trabajan mi mamá y mi padrastro, les está pagando, no el salario completo, pero es suficiente para comprar las cosas esenciales.
Esto me lleva a reflexionar que dependemos de los demás para superar esta epidemia y, también, lo que nos perjudica porque, la mayoría de personas, al menos en el pueblo donde vivo, todavía no entienden o no creen que es importante quedarse en casa. Sin embargo, hay otras personas que no pueden quedarse en sus casas porque trabajan del día a día y, ¿cómo decirles que se queden en casa? ,yo no podría.
Esto me recuerda lo que Eduardo Galeano escribió una vez. Se refirió a ellos (a nosotros) como los nadies, los dueños de nada; y, Roberto Sosa, expresó que lospobres somos muchos y por eso es imposible olvidarnos.
Nunca había reflexionado tanto como en estos días. Comprendo la preocupación de los pobres porque, yo también, tuve hambre mientras estaba en Tegucigalpa. Debemos entender que la mayoría de la población tendrá la misma situación y sus quejas serán, igualmente, ignoradas.
Si esto no nos lleva a cuestionarnos que necesitamos nuevos representantes en el gobierno, no nos faltará educación, nos faltará humanidad.
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