"De la Razón Científica".  Dr. Augusto Serrano López

DE LA RAZÓN CIENTÍFICA

 

Augusto Serrano López

 

 

Espero que todos los que entráis a la Filosofía lo hagáis por vocación, porque no es un oficio más dentro de la división social del trabajo: es una actividad fronteriza, que no descansa de incordiar a los que, como decía Heráclito, se duermen mirándose el ombligo y os sugiero que seáis atrevidos, valientes, a la hora de irrumpir en campos diversos para otear la marcha de la humanidad.

         Mi maestro Leibniz nos dijo cómo comenzar con las dos preguntas rompedoras:

         ¿Por qué hay algo y no nada, si sería más fácil que nada hubiese?         Y la otra que abre a cualquier ciencia:       ¿Por qué son las cosas así, si podrían ser de otra manera? ¿Quién ha dicho que tengan que ser así?

         Por eso, la filosofía levanta el vuelo al atardecer como el ave de Minerva, cuando las ciencias cuyo objetivo es, desentrañar la contradicción entre la esencia y la apariencia de las cosas ya han roturado el mundo. La filosofía viene después a tratar de desentrañar la contradicción entre lo fáctico, entre lo que hay, y lo posible. Asunto que, en nuestro tiempo hemos descubierto que ha de ir no de la mano de la sustancia, de la cantidad o de la cualidad, sino de la categoría de RELACIÓN, porque subsume a las otras tres categorías

         Pero hacer filosofía, filosofar es asunto muy serio, cosa de madurez intelectual que ha de saber las cosas no simplemente con saber de ciencia (epistaszai), sino con saber de posibilidad, en su complejidad. Por lo que os pido que tangáis fe en vuestro proyecto de vida en la filosofía: pues desde la filosofía se puede llegar a discernir y comprender las cosas de este mundo tan bien o mejor que desde cualquier ciencia particular.

         Dicho esto para que mi conferencia huela a magistral, filosofemos un poco acerca de algo que nos es muy cercano y real.

 

 

1. El asombro, dijo Aristóteles, dio lugar a la Filosofía y, para entendernos, dio lugar a todo tipo de pensamientos sobre la realidad que nos envuelve y de la que somos parte. Y, ya en esa realidad, Leibniz se hizo dos preguntas radicales. Una que va más allá de toda experiencia, que es primaria y que puede encender las más bizarras respuestas: ¿Por qué hay algo y no nada, si la nada sería más fácil? La otra, ya con los pies en la tierra de la existencia que se vive y se percibe es, ¿por qué son las cosas así y no de otra manera?, con lo que el ser humano, para contestar la pregunta, le dio por «encender» a través de la historia cada una de las ciencias, comenzando por la Medicina, la ciencia de lo más cercano, nuestro propio cuerpo que actúa y padece, yendo después  a preguntarse por el mundo con la Física, la Matemática, la Antropología y todas las demás para dar cuenta y razón (logon didónai) de por qué son así las cosas y no de otra manera.

         Ciencias, todas ellas, que supusieron un nuevo modo de interrogación y respuesta a la pregunta rompedora, interrogación y respuesta diferentes a las que suele hacer la experiencia ordinaria.

         Porque tanto la pregunta como las respectivas respuestas se hicieron con MÉTODO, para ir fijando y asegurando cada paso, como quien no se fía de sí mismo y prefiere revisar el camino recorrido, pues sospecha que esos fenómenos que sorprenden y  provocan la pregunta no «son» lo que aparecen, «no traen escrito en la frente lo que son» (Marx dixit) y, de ahí que todo lo que vayamos descubriendo habrá que ponerlo en el banquillo de los acusados para que sea juzgado por juez riguroso y veamos así su alcance y sus límites, que eso y no otra cosa es la crítica, como operación intelectual de madurez.

         Es ahí donde se hace patente algo a lo que obliga la pregunta inicial,  que señalaba que los fenómenos «podrían ser de otra manera», nada menos que el rasgo que impulsa hacia la búsqueda. Ahí se pone en marcha algo que surge de la misma experiencia ordinaria, porque vemos que lo que rueda se para en algún momento, subir cuesta más que bajar, mejor sano que enfermo, preferible la paz a la guerra: se pone en marcha un modo de proceder de la razón humana y del pensamiento discursivo ( el pensamiento que discurre), es decir una RAZÓN o ley que se despliega al ritmo del «¿qué pasaría si...?» las cosas dejaran de ser como son y fuesen de otra manera, por ejemplo, como nos gustaría que fueran.

         Ahí tenemos, pues, un análisis previo de los fenómenos (Fenomenología) que va guiado por la razón negativa que busca su «otredad» posible y, paso a paso, le da rienda suelta a la imaginación que, por así decir, «valiente» (pero con control), llega hasta-el-no-va-más, hasta lo perfecto, hasta lo que nos gustaría, hasta el MODELO, hasta lo que la posterior crítica del camino recorrido hará ver como lo IMPOSIBLE, como el lugar de la UTOPÍA, pero, asumido como tal, paso obligado de la propia razón científica.

         Acabamos de describir un camino  de ascensión que transita de lo real hacia lo imposible por la vía de la negación y, animado por la sugerencia del «¿qué pasaría si...?», va despojando (abstrayendo) a lo real de muchas de sus determinaciones hasta llegar al nivel en el que las cosas han dejado de ser como son y aparecen en otra dimensión que, por la crítica, aparecen como imposibles. Es una razón de caminar que se ha dado y se da en todas las ciencias y es una RAZÓN o modo de proceder que tiene nombre: es la RAZÓN UTÓPICA.

         Es solo la primera parte del camino. Quedarse ahí arriba es quedarse en la UTOPÍA, en lo imposible. Porque esos momentos utópicos, imposibles del ámbito de los MODELOS hay que someterlos a la crítica y «bajar» a las realidades siguiendo también pasos normados. Quedarse ahí arriba, sin bajar, puede justificar el oppositum «ciencia versus utopía», pero no si, conscientes de su imposibilidad, lo sometemos a la crítica y «bajamos» como se ha dicho. En cuyo caso y solo entonces, esos modelos utópicos e imposibles, lejos de ser ocurrencias inservibles, se convierten en FAROS que iluminarán como LEYES, proyectos con sentido. NO son PUERTOS a los que algún día consigamos llegar; no son etapas de la historia que nos esperen en un futuro más cercano o lejano, pero, como decimos, son faros. «principios energéticos» capaces de hacernos entender y transformar la realidad.

         En la Economía: "Las afirmaciones de lo imposible son el fundamento mismo de la ciencia. Es imposible: viajar a más velocidad que la de la luz; crear o destruir materia-energía; construir una máquina de movimiento perpetuo, etc. Respetando los teoremas de lo imposible evitamos perder recursos en proyectos destinados al fracaso. Por eso los economistas deberían sentir un gran interés hacia los teoremas de lo imposible, especialmente el que ha demostrarse aquí: que es imposible que la economía del mundo crezca liberándose de la pobreza y de la degradación ambiental. Dicho de otro modo: el crecimiento sostenible es imposible. En sus dimensiones físicas, la economía es un subsistema abierto del ecosistema terrestre que es finito, no creciente y materialmente cerrado. Cuando el subsistema económico crece, incorpora una proporción cada vez mayor del ecosistema total, teniendo su límite en el cien por cien, si no antes. Por tanto, su crecimiento no es sostenible. El término 'crecimiento sostenible', aplicado a la economía, es un mal oxymoron: autocontradictorio como prosa, y nada evocador como poesía".[1].

         En la Política: “El comunismo es la posición de negación de la negación y, por tanto, el momento necesario de la emancipación y la recuperación humanas. El comunismo es la forma necesaria y el principio energético del inmediato futuro, pero el comunismo no es, en cuanto tal, la meta del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana”.[2]

En la Física: “Todos los cuerpos perseveran en su estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta, salvo que se vean forzados a cambiar ese estado por fuerzas impresas”. Pero al enunciado de esta Ley la humanidad ha llegado a partir de experiencias muy concretas y, en este caso, muy artesanales: “En un listón, o lo que es lo mismo, en un tablón de una longitud aproximada de doce codos, de medio codo de anchura más o menos y un espesor de tres dedos, hicimos una cavidad o pequeño canal a lo largo de la cara menor de una anchura de poco más de un dedo. Este canal, tallado lo más recto posible se había hecho enormemente suave y liso, colocando dentro de un papel de pergamino ilustrado al máximo. Después, hacíamos descender por él una bola de bronce muy dura, bien redonda y pulida...Es entonces cuando la imaginación entra en escena... No se preocupa por las limitaciones que nos impone lo real. 'Realiza' lo ideal e incluso lo imposible. Opera con objetos teóricamente perfectos…; hace rodar esferas perfectas en planos perfectamente rígidos que no pesan nada; al hacer esto [el científico] obtiene resultados de una precisión perfecta...Y por esto, sin duda, son a menudo experimentos imaginarios los que sustentan las leyes fundamentales de los grandes sistemas de la filosofía natural, como los de Descartes, Newton, Einstein...y también el de Galileo...Sorprendente esfuerzo por explicar lo real por lo imposible o, lo que es lo mismo, por explicar el ser real por el ser matemático, porque estos cuerpos que se mueven en líneas rectas en un espacio vacío, infinito, no son cuerpos reales que se desplazan en un espacio real, sino cuerpos matemáticos que se desplazan en un espacio matemático”.[3]

         Pero el pensamiento no puede quedarse ahí tan arriba, porque lo alcanzado no satisface, a pesar de su aparente PLENITUD. Allá arriba ya no se puede vivir, falta oxígeno; de puro huir de la realidad, nos hemos quedado sin aire que respirar, pero hemos alcanzado una ALTURA desde la que podemos contemplar la realidad. Es el faro  que  nos ayuda a no  estrellarnos contra los acantilados de lo concreto, pero que nos va a iluminar el descenso estratégico, desplegando PROYECTOS paso a paso hasta llegar a dar cuenta y razón de lo buscado.

 

 

         El descenso es el momento que se inicia con la crítica al modelo, en tanto se muestra su imposibilidad. Desde ahí se baja al ámbito de lo posible. De los diferentes posibles que la misma pregunta inicial dejara abiertos: Porque, al hacer la pregunta, hemos asumido algo que es principio ontológico, porque vale para todo lo que es real: la CONTINGENCIA. Carecería de sentido la pregunta, si el mundo, lo que hay, fuese necesario. Entonces, apaga y vámonos: ni la filosofía ni las ciencias tendrían lugar y sentido, porque todo estaría hecho de una vez para siempre, sin alternativa; sería el cierre a todo tipo de pensamiento, que es actividad trascendente, como señala Ernst Bloch: Denken heisst Überschreiten: pensar es transgredir.

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         El descenso hacia lo real es estratégico. Es crítico. Iluminado por el Faro de lo imposible comienza poniendo sus pies sobre los múltiples y variados posibles que nos deja entrever la larga experiencia humana y comienza a discurrir según la RAZÓN DIALÉCTICA que asume las contradicciones y no trata de eliminarlas, porque las ve como integrables en formas novedosas sintéticas, emergentes, donde a lo real ya no se le despoja de sus determinaciones constituyentes, sino que se lo intenta comprender en todas sus posibles formas y relaciones. Es el momento de las HIPÓTESIS que, sin desvariar, arriesgan posiciones que habrán de ser sometidas a prueba. Luego se va afinando el descenso, en la medida en que ingresamos al ámbito de lo probable que le va a poner límites a lo posible, espacio aún muy amplio que la razón dialéctica ha tratado de circunscribir inventando astucias, técnicas metodológicas como la estadística, como aquel de la Campana de Gauss, donde se nos advierte y facilitan los espacios a recorrer dentro de lo razonable, por más que sigamos recorriendo mundos de incertidumbre que toda experiencia inductiva será incapaz de satisfacer plenamente. Y ya con los pies más en la tierra, bajaremos a lo que dentro de lo probable es factible y lo que no lo es, porque aún no lo podemos hacer.

         Este descenso y dependiendo de cada ciencia y de cada proyecto se puede complementar con el sondeo crítico de lo que es conveniente, porque no todo lo que se puede, se debe y, como momento que hace aparecer lo transitado cual camino realizado por seres humanos que han abandonado la estepa y viven en régimen de ciudad, habrá que discernir lo que es legítimo y, a fuer de rigurosos, pero alumbrados por la idea platónica de la justicia cual fundamento de la ciudad o adecuado para las obras humanas, se pasará a decidir lo que es justo.

         Como se podrá comprobar, hemos realizado un viaje de ida y vuelta o, según Galileo y quizás el Sofista de Platón, un camino progresivo-regresivo que va de la realidad concreta (que aparece al inicio de modo abstracta, pues se desconocen sus razones), a la concreción del pensamiento que ha logrado  explicitar la ley que gobierna el proceso investigado. De hecho, a la realidad que se nos manifiesta (que fenomemiza) se le da de salida un reconocimiento dudoso, pero  con la sospecha de que lo que se ve no puede ser todo lo que hay, porque entonces la pregunta inicial carecería de sentido. De manera que, ya en el inicio del camino, se hace presente la razón negativa. Ahí, en ese momento. Se barrunta lo otro del ser como su complemento: aquella parte del ser que es, a la vez, lo que es y lo que no es, lo que no es todavía, pero que puede llegar a ser.

         En el despeje de determinaciones (proceso de abstracción) que vamos realizando del fenómeno  por el procedimiento del «¿qué pasaría si...» , subimos y llegamos hasta el-no-va-más, esto es, traspasamos la frontera de la existencia real y accedemos al cosmos uranós de lo pensable, pero imposible: es el «lugar» de la utopía, de los modelos de las ciencias que, registrados y juzgados por la crítica, permitirán, iluminar como FARO,  el descenso a la realidad, derivando proyectos, teoremas, soluciones, aclaraciones que la realidad-compleja nos permita y, así, poder entender y transformar el mundo de acuerdo a fines humanos. Quehacer del ser humano que, al hacer las cosas así, está haciendo CIENCIA, modo de especial hacer las cosas, razón o procedimiento de hacer las cosas que no es sino la expresión de la RAZÓN CIENTÍFICA.

         Resumiendo este viaje, diremos que este Zigurat que describe los diferentes pasos y momentos de la RAZÓN CIENTÍFICA parte (no se sabe si siempre ni si lo hace siempre exactamente del mismo modo) de las exigencias de la RAZÓN PRÁCTICA, pero inicia el camino poniendo en marcha la RAZÓN UTÓPICA que arriesga la idea de que hipotéticamente hay algo o que tiene que haber algo  «detrás» de los fenómenos. Es parte de la esencia del ser humano que, insatisfecho con su existencia, comenzó hace milenios aquella aventura por la que introducía fines en una naturaleza que no opera según fines y entró en una nueva RELACIÓN DIALÉCTICA GENERATRIZ con la naturaleza, inventando una nueva naturaleza, la sociedad humana e inventándose a sí mismo.

         Del asombre que se manifiesta al preguntar, ¿por qué las cosas son así, si podrían ser de otra manera?, que es pregunta, además, rebelde (¿quién ha dicho que las cosas no puedan ser de otra manera?), pasamos a imaginar mundos posibles como jueces que ponen a la realidad en el banquillo de los acusados y la obligan a hablar y decirnos lo que es de verdad (logon didónay): a rendir cuenta y razón de sí misma.

         Immanuel Kant, en la Crítica de la Razón Pura, impresionado por el discurso que se desprende de la nueva ciencia moderna encarnada en la obra monumental de la Mecánica de Newton, lo tiene claro: “La razón debe acudir a la naturaleza llevando en una mano los principios, según los cuales solo los fenómenos concordantes pueden tener el valor de leyes, y, en la otra, el experimento, pensando según aquellos principios; así conseguirá ser instruida la naturaleza, mas no en calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sino en la de juez autorizado que obliga a los testigos a contestar a las preguntas”.[4]

         Es, por así decir, el modo riguroso que tiene la razón científica, ese modo de “saber con saber de ciencia” (Juan David García Bacca) que le pide cuentas al mundo, a través los procedimientos, técnicas y métodos más potentes, estratégicos y fiables de que se ha provisto la humanidad.

         El proceder científico, el modo se trabajar en la ciencia o razón científica es de lo más indirecto que se pueda pensar. El fin es hacerle hablar a la realidad, pero a través de muchas instancias. El conocimiento científico es el resultado de una construcción que podríamos imaginarla cual edificio, para cuya construcción, se hacen necesarios desde el diseño y los fundamentos teóricos, al andamiaje que suponen las técnicas metodológicas y el lenguaje con que se socializan los resultados.

         2. La crítica y la crítica de la razón científica

Demostrar algo sin tomarse ventaja alguna. Demostrar algo poniéndose pruebas más allá de la convención. Demostrar algo tratando de demostrar lo contrario.  Son formas que se han hecho y ejercido de mil maneras en la experiencia ordinaria, para hacer ver y convencer, a ser posible sin dejar duda alguna, al más exigente contrincante. Aparece esta idea de llevar al máximo una prueba cuando ante un charlatán que no para de decir en la isla de Rodas que ha saltado 15 metros en la última olimpiada de Grecia, alguien le dice: “aquí estamos en Rodas, salta aquí”, aparece  en asertos como “¿no querías caldo, pues tres tazas llenas”; aflora la idea, cuando decimos que, por alguien, “meteríamos las manos en el fuego”, lo manifestamos , cuando decimos que ganar el partido en campo ajeno y con un jugador menos, es ganar de verdad, y se manifiesta la idea en un lugar de la jurisprudencia: en el juicio con todas las garantías, juicio que se realiza siguiendo la norma de “in dubio pro reo”, es decir, poniendo el peso de la prueba de parte del fiscal. Es la misma idea básica que hace suya la ciencia, cuando idea el proceso de demostración por reducción al absurdo, por el que sometemos a aquello que queremos demostrar a la prueba suprema: tratando no de demostrar que es verdadero, sino que es falso y, a pesar de haber puesto todo en su contra, se manifieste como verdadero. Es una matriz de pensamiento que lleva a límite la prueba, para que no quede duda de su validez. Es a modo de garantía de que el juicio final que sobre el hecho se realiza es correcto, es riguroso y es justo.

“Immanuel Kant, el filósofo de formación jurídica, quiso mostrar un nuevo modo de hacer Filosofía desde el espíritu escéptico y precavido heredado de Descartes y Hume; y no encontró mejor motivo que hacer una Crítica de la Razón Pura (1787), queriendo asegurar que la razón, que habría de ser el juez de última instancia para todo discernimiento, fuese sometida ella misma a juicio previo, para ver lo que podría dar de sí y lo que de ella podríamos esperar.

Aquí se trataba de la “razón pura”, aún no comprometida con contenido alguno. Y en aquella empresa, Kant nos enseñó el método de esta nueva y ya madura disciplina.

La Crítica con mayúscula como disciplina y no como mero desacuerdo, es una actividad intelectual-teórica que tiene un propósito: llevar a límite el asunto tratado, para ver su posibilidad y límites y tiene requisitos que cumplir:

-determinar con precisión el objeto, reconstruir el “reo” de futura predicación, la causa, esto es, la razón sobre la que posteriormente recaerá el juicio. Razón que habrá de venir provista de sus más notables determinaciones: razón como modo de ser, como el modo según el que un potencial determinado se despliega;

-rastrear las manifestaciones que esta razón haya ido desplegando a través de los tiempos. Trabajo fenomenológico que se hace imprescindible y obligadamente anterior, pues nos proveerá del material que justificará los contenidos de la mencionada razón. La crítica posterior vendrá a cerrar el proceso incoado”.

(Serrano López, A.: Por los caminos de la ciencia. Una introducción a la epistemología política, UPNFM, Tegucigalpa, 2010; págs. 216-217)

 

 

 

         Pues ahí tenemos al gran pensador Immanuel Kant que, pretendiendo dar cuenta y razón de la razón humana como procedimiento del ser humano y, por haber estudiado jurisprudencia, toma como modelo la estructura del proceso jurídico que se desarrolla en un juicio y, metafóricamente, lo lleva al campo filosófico para someter la razón humana a juicio y ver lo que da de sí: su alcance y sus límites. Sienta a la razón en el banquillo de los acusados y “no en calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sino en la de juez autorizado que obliga a los testigos a contestar a las preguntas”, somete a la razón a juicio severo y en las mejores condiciones, sin contaminación alguna, porque la somete a juicio antes de haberse contaminado, “razón pura”, dejada a sus propias fuerzas. Para que hable y nos diga lo que es. Al hacerlo, Kant nos ha enseñado lo que es la Crítica

 

como operación filosófico-científica y los pasos que exige y conlleva, pero, a la vez, nos ha hecho ver, que esa operación crítica no se realiza sobre cosas, sino sobre relaciones, sobre procesos. 

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3. ¿Por qué son las cosas así y no de otra manera?, se pregunta, en acto de rebeldía, el científico, asombrado y perplejo por lo que ve y experimenta.

En la ciencia, no valoramos cosas, sino relaciones. Vemos las relaciones a través de las cosas (la casa, la calle, la manifestación, las elecciones, el paso del avión, el juego de los niños) y a pesar de las cosas, porque esas cosas que directa, inmediata y espontáneamente vemos, esas manifestaciones de las ocultas relaciones, esos fenómenos no traen escrito en la frente lo que son y hay que buscar su significado y su sentido en el tramado o red que les está dando existencia. Es ahí, en esa red de relaciones, donde poder dar cuenta y razón de lo que sucede y por qué sucede así y no de otra manera.

«Para un observador superficial, la verdad científica está fuera de toda duda; la lógica de la ciencia es infalible, y si los sabios se equivocan algunas veces, es por haber desconocido sus reglas [...] Cuando se reflexiona un poco más se advierte cuál es el lugar ocupado por la hipótesis, se ve que el matemático no sabría pasarse sin ella, y menos el experimentador. Y entonces uno se pregunta si todas esas construcciones eran realmente sólidas y cree que un soplo podrá derribarlas [...] Algunos quieren generalizar exageradamente y al mismo tiempo olvidan que la libertad no es lo arbitrario. Llegan así a lo que se llama el nominalismo y se preguntan si el sabio no es juguete de sus definiciones y si el mundo que cree descubrir no es una entera creación de su capricho. En esas condiciones la ciencia sería cierta, pero carente de alcance. Si fuera así, la ciencia sería impotente. Ahora bien, la vemos diariamente obrar ante nuestros ojos. Esto no podría ser, si no nos hiciera conocer algo de la realidad; pero lo que puede alcanzar no son las cosas mismas, como piensan los dogmáticos, sino solamente las relaciones entre las cosas: fuera de estas relaciones no hay realidad cognoscible».[5]

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         Buscando las relaciones cuyas expresiones son los fenómenos, hay, al menos tres operaciones especiales que hay que realizar en la ciencia: hay que aprender a observar, hay que aprender a explicar y hay que aprender a verificar. Operaciones que realizamos ya en la experiencia ordinaria, pero que en la ciencia se les exige modalidades diferentes.

Observar, explicar, verificar científicamente exige discurrir dentro y desde una forma de trabajo que considera esas tres actividades como operaciones reguladas de las que se tiene conciencia de su alcance y de sus límites.

Sabemos, al menos desde mediados del siglo XX, que, al observar científicamente, estamos modificando lo que observamos, esto es, sabemos que el fenómeno que científicamente estamos observando no existe previamente a nuestra observación, sino que es producto de la observación, por lo que eso que llamamos “realidad” de la que pretendemos estar dando cuenta y razón científica, es algo que lo estamos produciéndolo con nuestro trabajo. Lo cual no quiere decir que no haya una realidad independiente de los seres humanos que investigan, sino que, cuando creemos estar hablando científicamente de la realidad, estamos, más bien, hablando “del conocimiento que tenemos de la realidad”, que es otra cosa.

Sabemos o creemos saber desde inicios del siglo XX, que, al explicar la realidad por medio de la ciencia, que es el saber más riguroso y fiable del que disponemos, lo estamos haciendo hipotéticamente, esto es, estamos hablando del grado (nunca total ni exhaustivo) de conocimiento al que estamos llegando y no solo debido a nuestras limitaciones como seres humanos finitos y limitados, sino porque, al estar inmersos en la misma red de relaciones que todo aquello que queremos investigar y comprender, resulta que el conocimiento es “relación de conocimiento” y, a fuer de tal, conocer nos hace ser simultáneamente juez y parte, actor y paciente, de donde resulta nuestra condición contradictoria y paradójica: que somos limitados (no lo podemos todo y completamente), pero esa limitación es nuestra gracia, porque si estuviéramos en el todo de las sensaciones, no sentiríamos nada de forma discriminada, conditio sine qua non para obtener conocimiento; veo y distingo, porque no lo veo todo, oigo y percibo diferencias, porque no lo oigo todo. Comprendo, porque conozco mis limitaciones, pero, aun así, puedo contrastar, discernir, identificar, saber.

Sabemos que, al verificar científicamente, estamos llegando a compromisos y acuerdos, porque verificar es comunicar, es corroborar con otros verificadores los resultados de determinados experimentos, por lo que va a ser un proceso de comunicación entre gentes que hablan un mismo idioma científico y se ven precisados a conversar, a la vez, metalingüísticamente, esto es, tratando de aclarar resultados y consecuencias por medio del lenguaje natural, porque desde el lenguaje con el que se hizo el experimento no es posible, sin incurrir en la petitio principii. Se supone que se ha llegado a una situación en la que se dispone del procedimiento explícito, (definición operacional) según el cual cualquiera podrá realizar una serie de pasos determinados para repetir una concreta experiencia y llegar a los mismos resultados, Por supuesto que tal corroboración irá acompañada siempre de las dos condiciones anteriores de la observación invasora y del carácter hipotético de toda proposición científica.

De crítica de la razón científica estamos hablando; crítica de un modo de proceder, de actuar, de trabajar al que llamamos proceso de conocimiento científico que, como hemos señalado, se distingue de otras formas de proceder o de trabajar que tienen su propia razón de ser y de discurrir  a su modo, como lo hacen la razón práctica, la razón dialéctica, la razón simbólica o la razón utópica; razones todas ellas que despliegan su potencial discursivo y laboral de diferentes maneras y con una característica: que son modos de proceder y de actuar, son procesos de trabajo intelectual y/o práctico, por lo que si sobre alguna de estas razones se realizara una crítica, la estaríamos haciendo no sobre cosas, sino sobre relaciones en movimiento, sobre procesos.

Ya hizo o intentó hacer Immanuel Kant la “crítica de la razón pura”, la “crítica de la razón práctica” y la “crítica del juicio”; posteriormente, se pretendió hacer la “crítica de la razón económica” (C. Marx), la “crítica de la razón histórica” (Ortega y Gasset), la “crítica de la razón dialéctica” (J.P. Sartre), la “crítica de la razón simbólica” (E. Nicol), la “crítica de la razón utópica” (F. Hinkelammert), la “crítica de la razón cínica” (P. Sloterdijk ) y la “crítica de la razón científica” (K. Hübner). Críticas que un lector atento y riguroso deberá saber ponderar, para ver si en esas críticas se llegó realmente a culminar el juicio sobre su objeto o se quedó en puro estudio fenomenológico, que, se supone, es trabajo básico que antecede a la crítica.

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Hacer crítica de la razón científica es hacer epistemología: discurso filosófico sobre la ciencia, como modo determinado y diferente de trabajo.

Por tanto, el discurso epistemológico que versa sobre la ciencia, no es discurso científico, sino filosófico y, para mayor precisión, es, en cierta medida, discurso metacientífico, metalenguaje que las ciencias creen propio y, por ello, llegan a hablar (A. S. Eddington) de “epistemología científica”, olvidando algo que sí tienen en cuenta: que, al menos desde K. Gödel, se tiene claro que, para hablar de la ciencia, hay que hablar desde fuera de ella: desde un lenguaje que no se haya “cerrado” sobre ninguna categoría, como han hecho todas y cada una de las ciencias. Que sea lenguaje epistemológico.

 

 

 

 

DE LA RELACIÓN

Augusto Serrano López

 

 

Es, para Aristóteles, la cuarta categoría de la tabla. Desde entonces, durante casi veinte siglos hasta la llegada de Leibniz, la relación se ha visto como categoría de segundo orden, muy por detrás de la sustancia, de la cualidad y de la cantidad, categorías que son las tres mandamases en la república de las ciencias y de la filosofía aun en nuestros días.

         “Ratio, sive causa” (razón o causa), dirá Leibniz sacando la razón del lugarcito privado del cerebro cual facultad, para elevarla a nivel cósmico como relatio, como relación: Nihil sine ratione, nada sin relación, hará sonar el sabio de Leipzig como el Gran Principio de Razón Suficiente, permitiendo que nosotros podamos derivar, con razón suficiente, ergo nihil sine relatione: por tanto, nada hay en este mundo sin relación.

Si tal así fuera, la relación sería la primera de una nueva tabla de las categorías y comenzaría a legitimar a posteriori lo que ha sido la urdimbre fundamental del pensamiento moderno, incluidas todas las ciencias:

-los puntos nodales del saber más adelantado de nuestro tiempo no son cosas, sino relaciones; lo que como saber se exhibe son relaciones, por más que vengan camufladas entre montones y más montones de cosas. Quizás en esto pensaba Heidegger, cuando afirmaba que el principio de razón suficiente constituye la columna vertebral del pensamiento occidental. Nosotros diríamos que ese gran principio, como lo llama Leibniz, vale y se hace valer en todo lo real existente y, por tanto, en todo tipo de pensamiento (maya, quiché, chino, japonés, saharagui o alemán) que pretenda dar cuenta y razón de nuestro mundo, porque es principio ontológico, antes que lógico, filosófico y científico o incluso ideológico, como suena en Heidegger.

         Principio ontológico el Gran Principio de Razón Suficiente, desde y con el que cabe responder a, al menos, una de las dos preguntas rompedoras y añorantes del saber científico-filosófico: ¿Por qué son las cosas así y no de otra manera? La otra, también de Leibniz acerca de por qué hay más bien algo que nada, siendo la nada más fácil de entender que el ser, se le escapa al reino del gran principio que es del reino de este mundo donde todo lo que existe, todo sin excepción, es contingente.

         Nadie se hace con sentido la pregunta, ¿por qué son las cosas así y no de otra manera?, si no se situara en un mundo cuyas relaciones constituyentes son contingentes; un mundo que puede ser diferente, con alternativa, porque eso nos señala este filósofo: que “contingente es aquello cuyo opuesto sigue siento posible”, a lo que se opone lo necesario, porque “lo necesario es aquello cuyo opuesto es imposible”.

         Contingencia y relación van a ser dos conceptos que, en adelante, se llaman y convocan mutuamente, pues van a permitir concebir el universo con todo lo que fáctica y como posibilidad contiene cual inmensa red de relaciones donde nada en ninguno de sus rinconcitos sucede, sin que repercuta en la red entera, por más que nosotros, seres limitados, pero dentro de la misma red, no lleguemos nunca a percibirlo, aunque sí a pensarlo, provistos precisamente de estos dos conceptos.

         En sus discusiones con Newton, Leibniz proponía entender tiempo y espacio real no como cosas hechas, recipientes de todo, el espacio como espacio absoluto y tiempo como pasarela de todo según Newton, sino como relaciones entre las cosas de este mundo, ¡ni un ángel que viniera del cielo!, le decía a Newton a través de su discípulo Clarke, sería capaz de dar cuenta y razón del movimiento de dos cuerpos entre sí, sin recurrir a sus relaciones.

         Más tarde fue Hegel quien llamara la atención sobre la importancia de ponderar la relación para entender las cosas,  al referirse a la relación de amo y esclavo en el cap. IV de la Fenomenología del espíritu.[6] Es la relación determinada la que hace al uno esclavo y al otro señor, fuera de esa relación de subordinación no hay ni amo ni esclavo. La relación es constituyente. Haciéndose del sentido dialéctico de la relación que Hegel sugiere, Carlos Marx hace ver que toda categoría económica es relación económico-política que, por ejemplo, el salario, no se puede entender como monto de dinero, sino como relación determinada entre obrero y capitalista.[7]

Desde la Física, H. Poincaré, uno de los padres de la teoría de la Relatividad nos advierte epistemológicamente: «Para un observador superficial, la verdad científica está fuera de toda duda; la lógica de la ciencia es infalible, y si los sabios se equivocan algunas veces, es por haber desconocido sus reglas [...] Cuando se reflexiona un poco más se advierte cuál es el lugar ocupado por la hipótesis, se ve que el matemático no sabría pasarse sin ella, y menos el experimentador. Y entonces uno se pregunta si todas esas construcciones eran realmente sólidas y cree que un soplo podrá derribarlas [...] Algunos quieren generalizar exageradamente y al mismo tiempo olvidan que la libertad no es lo arbitrario. Llegan así a lo que se llama el nominalismo y se preguntan si el sabio no es juguete de sus definiciones y si el mundo que cree descubrir no es una entera creación de su capricho. En esas condiciones la ciencia sería cierta, pero carente de alcance. Si fuera así, la ciencia sería impotente. Ahora bien, la vemos diariamente obrar ante nuestros ojos. Esto no podría ser, si no nos hiciera conocer algo de la realidad; pero lo que puede alcanzar no son las cosas mismas, como piensan los dogmáticos, sino solamente las relaciones entre las cosas: fuera de estas relaciones no hay realidad cognoscible».[8]

Finalmente, desde las reflexiones epistémicas que cupo hacer a mediados del siglo XX a partir de las investigaciones de Werner Heisenberg en Mecánica Matricial, la categoría de relación cobró un nuevo sentido, si cabe, más determinante. Porque resulta que hay que comenzar a entender el propio conocimiento como “relación de conocimiento”, en tanto lo que el investigador investiga, el fenómeno que pretende desvelar es nada menos que su propia creación: es resultado, fruto de la relación de conocimiento en que ha entrado desde el momento de su “observación científica”: el fenómeno del que va a hablar después no era previamente, sino que se gestó en el proceso de observación.

Esto quiere decir que, para quienes estén haciendo ciencia y haciendo filosofía a la altura de los tiempos, es la categoría de relación la primera categoría de una tabla construida de acuerdo a los avances de la humanidad: “fuera de estas relaciones, nos dice Poincaré, no hay realidad cognoscible”.

Es la relación de desdoblamiento que ha de hacer, según Gödel, el pensamiento, para poder hablar de sus propios productos, duplicando el lenguaje en aclarador metalenguaje, relación necesaria para resolver y disolver paradojas como el conjunto de todos los conjuntos que no se tiene a sí mismo como conjunto, lo que nos ha permitido recordar asuntos muy antiguos de los que ya discutieron los viejos griegos, al discurrir sobre las paradojas en que se enreda la  razón, cuando el mentiroso empedernido afirma verdaderamente serlo: créanme, yo siempre miento.

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San Juan, 8/10/2024

 



[1] Daly, H.: Crecimiento sostenible: un teorema de la imposibilidad. En: Desarrollo. Revista de la SID. nº 20 (1991); pág. 46.

[2] Marx, C.: Tercer Manuscrito: Manuscritos Económico-filosóficos de 1844. Ed. Grijalbo. México 1968; pág. 127).

 

[3] Koyré A.: Estudios de historia del pensamiento científico. Siglo XXI, México 1978; págs. 279, 207, 208,169

[4] Kant,I.: Kritik der reinen Vernunft. Feliz Meiner, Würtzburg 1965; pág. 18.

[5] Poincaré, H.: La ciencia y la hipótesis. Espasa Calpe. Madrid, 1963: págs. 13-15.

[6] Hegel, G.W.F.: Phänomenologie des geistes. Akademie Verlag, Berlín 1967, págs. 141 y ss.

[7] Marx, C.: El Capital. Crítica de la Economía Política. Vol. I, FCE. México, 1973; págs. 448 y ss.

[8] Poincaré, H.: La ciencia y la hipótesis. Espasa Calpe. Madrid, 1963: págs. 13-15.