En la era de la tecnología y la información, el surgimiento de este virus tuvo que ser diferente a otros más letales cuya divulgación solo cubrió una parte del mundo. El coronavirus apenas se presentó en China y con la particularidad de que no se conocía su impacto en el ser humano, se esparcieron sus repercusiones iniciales a través de Internet, levantando expectativas sobredimensionadas porque se empezaba a estudiar todos sus pormenores en el transcurso de los días y con más lentitud que los procesos de divulgación digital, generando en el mundo un temor escalonado, matizado por información no comprobada.
Una de sus principales aristas fue, por supuesto, la facilidad de contagio y más en el siglo de mayor movilidad humana jamás experimentada gracias a la facilidad de los transportes y sus costos accesibles, de manera que rápidamente y con todos inmersos en sus rutinas de usar el celular y otros artilugios, nos empaparon hasta el abrumo sobre la posibilidad de contagiarnos, debido a esta movilidad. Un temor que se incrementó sistemáticamente por nuestros hábitos anquilosados en el uso de las redes sociales y los medios de comunicación, antes solo se informaba si se contaba con un televisor o radio, pero en esta era el celular, abarca a estos dos medios y la información viaja según la simbiosis del ser humano con dicho aparato.
En medio de la incertidumbre que siempre se manifestó con este virus en el sentido de que no se supo y todavía falta que descubrir enteramente todo su cuadro clínico, la divulgación por las redes sociales nos inundó de información que continuamente se contradecía y eso elevó significativamente el miedo al no saber a qué atenerse en las medidas de prevención; destacan en esto los medios de contagio, todavía sigue la controversia de si el virus anda circulando en el aire o no, o si las medidas de higienización serán suficientes o no.
Dentro de este coctel de divulgaciones se informó que los adultos mayores eran los más susceptibles, consolidando inmediatamente la ya conocida discriminación que tiene la sociedad occidental hacia este grupo poblacional, se notaba el estigma cuando la gente más joven se encontraba con ellos en los supermercados y en los bancos, se cimentó tanto el sesgo que aun cuando se ha ido comprobando que todos somos susceptibles de contagio, todavía prevalece la discriminación.
Por otra parte, desde el inicio se estructuró un cuadro clínico que determinaba la presencia del virus en el cuerpo, síntomas muy similares a la gripe y otras manifestaciones más graves como la neumonía, provocando el recelo hacia todos aquellos que manifiestan estos síntomas sin necesitar de un diagnóstico para relegarlos.
Como era de esperarse, el estigma se iba a extender con los fallecidos ya que en nuestra memoria percibimos al virus como inmortal y altamente letal, trascendiendo el tiempo y las distancias.
Se ha notado cómo la sociedad extrapoló sus tradicionales esquemas de discriminación socioeconómicos hacia las personas contagiadas y sus perfiles ya establecidos en estos parámetros, de manera que los desposeídos son más estigmatizados.
Tenemos que reconocer que todo este panorama, aparentemente estandarizado para todo el mundo, tiene sus distintivos con las idiosincrasias de los países, se notan las diferencias en la intensidad según la cultura, educación y conciencia colectiva de los pueblos.
En Honduras, desafortunadamente, nos caracterizamos por el individualismo, escasa conciencia colectiva y bajos niveles educativos, lo que nos hace tener manifestaciones muy preocupantes de esta estigmatización y no sabemos qué sucederá una vez que tratemos de continuar con nuestras vidas regulares.
El panorama no parece tan halagüeño para disminuir este problema, porque también la carencia de recursos en la mayoría de la población en estos tiempos sin acceso a la comida o al trabajo hace que sus mentes no procesen otros elementos como ser el trato no discriminatorio a los que se contagien, es sin lugar a dudas también una descarga de responsabilidad por estos tiempos difíciles y se manifiesta con la cruda segregación hacia los “culpables”.
El proceso de estigmatización irá desapareciendo en la medida en que el virus se atenúe, pero surgirán de nuevo en los rebrotes, no sabemos si llegó para quedarse, pero es una misión de los profesionales universitarios, principalmente los de las ciencias sociales, que tenemos un atisbo diferente de la realidad a través de la lectura de artículos científicos y de una mayor conciencia colectiva, para que colaboremos en moldear la opinión de los medios de comunicación. La inveterada actitud de manejarnos con la desgracia, la muerte y lo negativo no nos conviene para el abordaje de esta pandemia, esperemos que la contribución de cada uno de nosotros desaparezca paulatinamente la estigmatización que tanto daño está provocando principalmente en los grupos poblacionales más desprotegidos.
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