COLUNMA / Redacción: ROLANDO ARDÓN LEDEZMA, docente de la Carrera de Psicología, FCCSS-UNAH.
No sabemos cuánto tiempo estaremos ante un estado de transición adaptativa producto de esta pandemia que cambio todo nuestro estilo de vida.
Las distintas sociedades tendrán su particular experiencia de la pospandemia, ya que en esto influyen muchos factores como, la educación, identidad nacional, formas colectivas de vida, costumbres, valores, sus situaciones socioeconómicas y gobiernos que los presiden.
En todo el mundo se incitó a la población a estar recluida a través del mecanismo del miedo, pero en Honduras esa campaña ha sido más intensa ya que estamos acostumbrados a la muerte por otros factores y arraigada a los procesos de vida cotidiana.
La mente reacciona a lo que le rodea, esto es como el insumo para procesar la realidad a nuestra manera, solo cada familia sabe cómo ha pasado este confinamiento, sus distintas realidades en una sociedad marcada por las clases sociales donde predomina la pobreza, no nos podemos imaginar el sufrimiento a las que han sido sometidas.
Las famosas secuelas como la ansiedad, estrés, depresión, suenan como un lujo de clase media para los que no tienen que comer, no hay tiempo para distinguir si tienen estos padecimientos psicológicos, su estómago vacío no da tregua.
Podemos afirmar que somos un pueblo resiliente, pero no del tipo suave, el que tiene un problema en su trabajo y se recupera y sigue adelante, no, es la resiliencia extrema, que soporta el dolor físico al no tener comida, la inmensa mayoría ha experimentado lo más cruento de la falta de satisfacción de las necesidades básicas, como decía Maslow.
Entonces lidiamos con algo más grave que una ansiedad, es desesperanza, algo que no creemos que existe, pero que conduce a la mente a pensar que ya nada importa.
Tenemos dos formas de sacudirnos el confinamiento: una que consiste en la certeza de la medicina de que ya podemos salir y la social que es la pérdida progresiva de miedo al contagio y que nos impulsará a salir, probablemente todos lo hagamos por la saturación del encierro y tomaremos las precauciones producto del miedo acumulado a través de lo expuesto por los medios de comunicación.
El problema es que de la desesperanza a la necesidad de salir solo por sentirse más libre hay mucho margen en la mentalidad proteccionista, el que va a buscar como comer pierde el control y olvida las medidas de bioseguridad contrario a los de la clase media en adelante que saldrán más concentrados, porque sus necesidades pérdidas son más triviales.
La transición exige la solidaridad y el sentido comunitario de protección mutua, la ruptura del individualismo para ver por los demás, la asertividad para pedir a otros la colaboración en la protección al compartir los espacios, la valoración de la vida, no de manera individual ya que de nada sirve que se intensifiquen las medidas de bioseguridad si los demás tienen su mente concentrada en conseguir el sustento. Ya se comprobó con esta pandemia que todos formamos parte de un sistema integrado donde todo está conectado, ya no podemos pensar que por ser de una clase social privilegiada vamos a prescindir del contado y servicios de otros que no pertenecen a nuestra clase. Todos nos necesitamos, y en ese sentido la única manera de entrar en la transición es prepararnos con esa mentalidad colaborativa. Las grandes ciudades han colapsado en esta pandemia no necesariamente solo por albergar mucha población sino porque hemos vivido bajo el esquema individualista, sin apreciar ni valorar la ayuda comunitaria para el bien de todos; esta es la mayor lección de la pandemia.
Debemos dar un giro a nuestras maneras equivocadas de pensar, los valores de la disciplina, honestidad, solidaridad deben ser transmitidos de unos a otros, aunque sean desconocidos. Las ciudades ya no subsistirán con los antiguos esquemas, la transición es vital para aprender a convivir con el virus y además mejorar como humanidad.
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